Dan Brown es uno de los escritores más representativos, de hecho, Ron Howard que no es un director muy dado a las sagas, se ha metido hasta el cuello en esta: «El Código Da Vinci», «Ángeles y demonios» y ahora este «Inferno» con Dante en el centro de la madeja, en esos criptogramas que son la base de la saga y que tanto éxito tienen.
«Inferno» utiliza el mismo sendero que sus antecesoras, pero aquí todo aparece más pulido, más reluciente, limadas las aristas que, sobre todo en la primera entrega, se sucedían en un ramillete de claves complejas, tanto que aquello era un galimatías imposible de seguir para alguien que no fuera ducho en la materia.
Howard, viejo zorro en este oficio, ha dado simpleza la trama al tiempo que la ha «bournerizado» (de Bourne), porque el bueno de Tom Hanks se tira corriendo tres cuartos de película. El filme, digámoslo pronto, es totalmente fiel al libro, con pocas variantes que no afectan al envoltorio final. Lo que quizás más diferencie a «Inferno» de sus hermanas mayores es el escenario. Hay pocas ciudades en el mundo más bellas para ser fotografiadas como Florencia, y ahí es donde Howard se luce. Hacer una película que es mezcla de acción, de suspense, de adivinanza, y todo atravesando las maravillas de la ciudad italiana, es un tesoro que difícilmente podría fallar.
El argumento es sencillo: Un multimillonario crea una plaga para exterminar a media humanidad porque si no en pocos años no quedará nada de ella. Es como esos que no se enamoran nunca por lo que se puede sufrir después. El resto lo pone el carisma de Hanks (que nunca falla) y un elenco impresionante de secundarios que son un lujo en sí mismo. Es raro decir algo así, pero es posible que estemos ante la mejor entrega de las tres, Florencia por medio, evidentemente.
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